El exhaustivo plan de seguridad contra el terrorismo impulsado por el Gobierno estadounidense causa desconcierto entre la población, que ve cómo ha perdido intimidad y anonimato.

Más de una década después de la muerte de casi 3.000 personas en los atentados del 11-S  los estadounidenses no pierden aún la sensación de cierta preocupación al salir a la calle. Pero no se trataría de temor ante un nuevo ataque, sino más bien preocupación por las medidas tomadas para prevenir estas agresiones. 

El reciente atentado de Boston ha mostrado que la enorme inversión realizada en materia de seguridad no han conseguido el efecto deseado. En este episodio, los dispositivos de vigilancia no solo no ayudaron a prevenir el ataque, sino que además tampoco sirvieron para identificar a los sospechosos. Así, el FBI logró las primeras pistas de los hermanos Tsarnáyev gracias a una cámara privada.   

"Creo que fue un tremendo error del estado de vigilancia que hemos creado en Estados Unidos. Desde la tragedia de 11 de septiembre hemos gastado más de 700.000 millones de dólares en seguridad nacional y gran parte de eso se fue a vigilancia con cámaras, recopilación de datos, centros de fusión de información y nada de esto ayudó a frenar o detectar el complot", comenta la ex asesora para ética del Departamento de Justicia de EE.UU. Josselyn Radack.  

De esta forma los agresores solo necesitaron dos ollas a presión baratas y materiales fáciles de conseguir en cualquier tienda o farmacia para crear una bomba casera. Fue tal su facilidad para perpetrar el ataque que incluso las instrucciones de cómo hacer el artefacto las podrían haber encontrado en Internet.  

Además de llenar el país con cámaras, el Gobierno estadounidense ya ha aprobado normativas que permiten el acceso de las autoridades a los datos privados de los usuarios de Internet  Pero ¿cuál es la efectividad de todo esto ante un ataque terrorista? Hasta el propio presidente Obama ha reconocido que la nación necesita una nueva estrategia.